Nuestros amigos continúan detenidos en la gran avenida, sentados y esperando, mientras que el sol los golpea. Las horas pasan y también los carros: más de 40, pero ninguno para. Algunos miran el reloj y piensan cómo les estará yendo a sus compañeros en clase de deportes, otros juegan ‘piedra, papel, tijera’, para no gastar la batería del celular. Nichi prefiere estirarse en la acera a tomar un poco el sol, aprovechando el reflejo de una lata que está a su lado (muy al estilo californiano).
De pronto, a lo lejos, aparece una esperanza. La figura de un carro se hace cada vez más grande a medida que se acerca. Resulta ser uno de esos buses de escalera viejos, muy coloridos, una ‘chiva’ que para frente al grupo, mientras el conductor les dice:
–!Qué hubo, muchachos! ¿Los cogió la tarde en la calle?
– Señor, vamos para la costa pero no tenemos plata –contesta Nichi muy tímido, mientras se pone de pie.
Tienen tan buena suerte que la ‘chiva’ para la costa, aunque va cargada con costales llenos de semillas y jaulas con pollos. El chofer acepta llevarlos por una suma mínima que reúnen entre todos.
La chiva serpentea por la carretera. En el grupo pasan el rato recordando anécdotas de clase y comen parte del mecato que cada uno llevó. También le ofrecen galletas al chofer, mientras le hacen porras para animarlo y hacerlo parte del grupo. Por el momento todo es tranquilidad pero… en cada curva del camino las jaulas dentro de la ‘chiva’ se mueven de un lado a otro, despidiendo olor a gallinero. Con ellas, nuestros amigos también van de una esquina a otra dando tumbos, como pelotas.
Hasta que ocurre lo peor: Miguel Ángel el frente grita “estoy mareado”. Y sin dar tiempo de nada, chiva y ocupantes quedan emparamados. El chofer debe hacer una parada forzosa para que nuestros amigos limpien bien el caos que han creado.
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